VELÁZQUEZ DESAPARECIDO, ensayo de la crítica de arte Laura Cumming. En este trabajo se presenta la aventura de un hombre, John Snare, al que un solo cuadro cambió su vida y no precisamente para bien. En 1845, la compra en una subasta, de un retrato de medio cuerpo del príncipe Carlos de Inglaterra (1600-1649), sin una autoría clara, por ocho libras (lo que entonces costaba un caballo en la Inglaterra victoriana), fue el hecho decisivo que marcaría toda la vida de este personaje hasta entonces anónimo. Snare se había topado con un retrato ennegrecido de Carlos I de Inglaterra que desafiaba cualquier explicación: el retratado era demasiado joven para ser rey y también para haber sido pintado por el artista flamenco a quien se atribuía la pieza. Al sospechar que podía tratarse de un Velázquez perdido mucho tiempo atrás, el librero compró el cuadro y se propuso averiguar su extraña historia. Su condición de librero, de extracción humilde, sin estudios académicos ni conexiones con el mundo artístico o cultural, se solaparía a partir de entonces con la de obsesivo defensor de su particular joya. Porque para él, y en eso pondría todo su empeño, el cuadro no era de Van Dyck, como se dijo en su momento, era de un tal Velázquez cuyo prestigio entonces crecía por enteros en Europa.
LA MALDICIÓN DE LOS MONTPENSIER. MEMORIA PARA UNA INFANTA DIFUNTA, de Francisco Robles, periodista, escritor y columnista de ABC, con la que ganó ayer el II Premio Internacional de Novela Solar de Samaniego. La novela, explicó Robles, es una «búsqueda de la maldición que aqueja a la familia Montpensier, que les impide, por un lado, el objetivo político de reinar en España, y, por otro, la desgracia familiar, pues a la duquesa María Luisa Fernanda de Borbón se le murieron siete de los nueve hijos que tuvo. El Palacio de San Telmo era venenoso».
La narradora de todos estos acontecimientos es la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón, la esposa del príncipe francés Antonio de Orleans, hijo del rey Luis Felipe, que reinó en el país vecino entre 1830 y 1848. «La novela consiste en unas memorias literarias de la Infanta y gracias a ella podemos recorrer el siglo XIX en España y parte de Europa, sobre todo en Francia, porque ella está en primera línea en los grandes sucesos históricos. El germen de la trama se centra en el último mes de la Infanta. Desde que muere Antonio Susillo, el escultor de las estatuas de San Telmo, el 22 de septiembre de 1896, hasta que ella muere al mes siguiente. En ese intervalo recuerda toda su vida».
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